Alrededor de 986, un mercader islandés llamado Bjarni Herjolfsson, que había pasado el invierno en Noruega, se dirigió a Islandia para reunirse con su padre. Al desembarcar en Eyrar, se enteró e que éste había vendido la granja y había abandonado el país con Erik el Rojo para asentarse en Groenlandia.
Bjarni decidió ir en su busca, pero nadie fue capaz de indicarle la ruta que debía seguir. Ya en el mar, la única cosa que sabía era que debía navegar hacia el oeste. Al cabo de tres días, perdió de vista la costa islandesa y el viento, que le había sido favorable hasta entonces, amainó y empezó a soplar del norte, acompañado de niebla.
El barco marchó a la deriva durante varios días. Cuando el tiempo mejoró, los vikingos avistaron una costa y Bjarni dijo que, en su opinión, no podía tratarse de Groenlandia. La tripulación preguntó si tenía la intención de acostar y él contestó que prefería bordearla. Vio que el terreno era arbolado, con colinas poco elevadas. Entonces, Bjarni se desvió hacia el norte sin detenerse, ya que su única preocupación era reunirse con su padre.
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